domingo, 26 de febrero de 2017

Lo mejor para México es que Trump continúe adelante!

Donald Trump sigue dando pasos adelante en pro de renegociar el Tratado de Libre Comercio en lo que respecta a México.

Confieso que el día de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, cuando miraba cómo el mapa electoral se pintaba de azul por todos lados, el color republicano, comencé a temer, a temer en serio, porque sabía lo obvio: en cuanto gran parte del comercio de México depende del país de las barras y las estrellas, la economía de México se vería afectada hasta los huesos si acaso el futuro presidente Trump llegara a tomar acciones reales para deshacer o renegociar el TLC en contra de los intereses mexicanos.

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Pero el miedo que experimente en un principio se ha convertido casi totalmente en resignación... Han pasado ya varias semanas con Trump en la presidencia, y ahora pienso que quizá lo mejor que le podría pasar a México es que el presidente norteamericano siga en su empeño por renegociar, e incluso deshacer por completo el Tratado de Libre Comercio.

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Porque sólo así, a fuerza, México se vería obligado finalmente a entender que debe diversificar sus negocios con el resto del mundo, y no centrar sus esfuerzos e intercambios comerciales con un solo país, que hasta ahora es, en pocas palabras, Estados Unidos.

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La no diversificación trae esta clase de problemas que ahora nos aquejan. En el momento en que algo indeseable sucede con el país en el que centras todos tus esfuerzos, los primeros que van a pagar las consecuencias son sus socios, en este caso nosotros.

Si acaso Trump se viera obligado a dejar la presidencia de su país, digamos por un atentado que le diera muerte o simplemente por una revocación de mandato vía el Congreso1, México, estoy seguro, seguiría adelante con el TLC y abandonar toda idea de diversificación comercial, como si no hubiera aprendido nada, como un animal que carece de memoria, continuando con la dependencia comercial en su relación con Estados Unidos.




1 Incluso Las Vegas dan altas posibilidades al hecho de que Trump no va a terminar sus 4 años de mandato.

domingo, 19 de febrero de 2017

El poco valor que tenemos tú, yo y nuestras amistades

Todos nosotros, a diario, mostramos al mundo la clase de seres que somos y el valor que tenemos; y esto sucede tanto cuando hablamos y cuando no. Ahora me llega a la mente una frase de Kierkegaard que viene muy a propósito:
Y cada uno de nosotros ha sido grande a su manera, siempre en proporción a la grandeza del objeto de su amor.
Esto significa que nosotros somos tan valiosos como las cosas que idolatramos, que seguimos y que nos gustan. Tú no tienes que decir nada a nadie para que todos se den cuenta del valor que tiene tu persona cuando te vemos buscar la vida social semana tras semana, embriagarte o perseguir el futbol mexicano.

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La vida sensible, esa que está dirigida a satisfacer al cuerpo, no está mal, es válida. No todos podemos ser Sócrates, Platón, Aristóteles, Hegel o Kant, gente que ha vivido enteramente una vida contemplativa en pos del pensamiento. El problema, repito, no es tener placeres mundanos, hasta Sócrates los tenía, el problema es hundirse en ellos como un animal.

El problema es soslayar del todo actividades de las que podemos aprender algo y, por el contrario, halagar nuestros ojos con el contenido de la televisión, o complacer nuestro espíritu codeándonos con las amistades que tenemos, de las que muy probablemente nunca obtenemos nada más que compañía.

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En su momento Adal Ramones reunió a multitudes frente a la televisión, lo mismo que Esteban Arce, Facundo y una miríada de personas similares. Pero cualquier cosa poco halagüeña que podamos decir de esa gente que hace reír con pastelazos y comentarios bobos, también se dice de la gente que la sigue. Porque uno mismo es tan grande como las cosas que ama, recordando nuevamente esa frase de Kierkegaard.

Lo semejante busca lo semejante. ¿A quién buscas tú, a quién sigues?

domingo, 12 de febrero de 2017

¿Y la censura en la TV abierta?

Cuando era niño, allá en la década de 1980, la televisión abierta censuraba la mínima grosería; las traducía con eufemismos o las ocultaba con ese pitido que todos conocemos.

En mi adolescencia pensaba que esa censura, que en ese entonces me parecía mojigata, sólo entorpecía el disfrute de la televisión, y que si a final de cuentas todo mundo sabía cuál era la grosería censurada, no tenía caso ocultarla, y más si después de todo medio mundo hablaba así o peor.

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Evidentemente mi posición de adolescente era tonta, tonta por decir poco, como casi todas las ideas que nacen en las aún ingenuas y poco esforzadas cabezas adolescentes, pues ni por asomo tenía yo en cuenta que:
Mucho importa a quiénes oye cada quien todos los días en casa, con quiénes habla desde niño, cómo hablan los padres, los pedagogos, también las madres.
Esta frase pertenece a Bruto, un orador romano. En ella dice algo bastante simple pero sumamente aleccionador: que las personas son lo que son y que se expresan como hablan precisamente porque sus tutores se expresaban y comportaban así con ellos desde su infancia. ¿Han oído ustedes hablar a ciertos "niños barrio", con cuántas groserías vulgares emplean para expresarse? Pues eso no es gratuito, esos niños son así porque eso es lo que oyen de sus padres, de sus primos y de toda la gente vulgar con que se rodean.
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¿Antes yo objetaba a la TV que censurara las malas palabras de mis programas favoritos? Pues no más: hoy pido censura, ¡censura en su máxima expresión! ¿Por qué? Porque no quiero que mis hijos crezcan oyendo palabras de perros y que aprendan a hablar como si no tuviesen un padre preocupado por su educación.

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Hoy la cosa ha cambiado un poco, mucho más bien. La televisión abierta ya no censura muchas groserías y los niños hablan peor que cuando yo era niño. Es claro que la sociedad mexicana se ha vuelto más laxa en cosa de unas décadas, más permisiva. Y estos niños, cuando les toque ser padres, ¿saben ustedes qué harán de sus hijos? Criarán perros y lobas, eso nada más.

domingo, 5 de febrero de 2017

El progreso moral es más falso que un cuento chino

¿Realmente somos mejores personas, moralmente, hoy que hace mil años o más atrás? Uno podría argumentar el progreso moral mencionando prácticas aborrecibles hoy ya caducas, como la esclavitud y prohibiciones de todo tipo a las minorías.

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Podemos echar sobre la mesa ejemplo tras ejemplo en pro y contra sobre este asunto para intentar zanjar este asunto, pero esto nunca sirve porque siempre se encuentran ejemplos que satisfagan a una como a otra parte. Yo quisiera poner sobre la mesa una idea que nos haga pensar un poco sobre si los avances positivos en la historia verdaderamente encuentran su razón de ser en la bondad del corazón humano, o en otra cosa.

En la República, Platón expone la idea de que nadie en sus cabales intentaría volverse administrador de lo público, ya que nadie quiere echarse encima todos los problemas que achacan a una sociedad entera. Sin embargo pasa todo lo contrario, desde los griegos (por no irnos más atrás) hasta el día de hoy: todo mundo quiere acceder a la administración pública.

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Ahora, naturalmente, si los cargos públicos no tuvieran remuneración (como el mismo Platón sugirió ahí mismo en la República), ¿veríamos esos maratones publicitarios, declaraciones infamatorias y toda la bola de populismo que no para durante un proceso electoral? Evidentemente no, porque a nadie le interesa ingresar al servicio público para hacer el bien a los demás a costa de su propia salud mental y el suplicio que deviene de un cargo lleno de responsabilidades y presiones.

En este sentido, supongamos que durante un proceso electoral un partido político bien conocido por sus prácticas corruptas promueve posibles iniciativas de ley que, si llegaran a realizarse, culminarían en un verdadero bienestar para la población. Ahora, tales iniciativas de ley (ahora leyes aprobadas), no encuentran ni encontraron su causa nunca en el corazón sensible y probo de los partidos políticos, sino en el lado más perro y mezquino que tenemos los seres humanos.

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Dicho lo anterior, y con esto termino, habría que pensar un poco en qué exactamente encontrarán su causa la abolición de la esclavitud, el voto de las mujeres, el derecho al aborto, etcétera, etcétera. En muchos casos, seguro, la causa se encontrará en presiones políticas, demagogia, pagos a la sociedad por el voto concedido u otras razones igual de encomiables.

Eso por un lado, desde la perspectiva general, hablando de instituciones y ciudades. Pero hablemos ahora de lo particular. ¿Las relaciones entre vecinos, conocidos o intrafamiliares son ahora más decentes y probas que por ejemplo hace 2,500 años?

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La literatura no es del todo ficción, la literatura expresa el sentir de los pueblos y las pasiones de las personas, y en este sentido la literatura se asemeja a los sueños: son cosas que pasan siempre, sólo que no en el momento en que las soñamos o leemos en un libro.

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Así, Sófocles nos cuenta cómo eran las relaciones interpersonales entre los griegos hace milenios. ¿Y cómo eran según la literatura sofocliana? Llena de traiciones, infamias, asesinatos... Lo mismo podemos decir de las obras de Plauto, las comedias de Molière, etc. Si esta hipótesis es razonable (de que la literatura en general evidencia las prácticas inmorales comunes de la época, que en resumen, son más o menos las mismas cualquiera sea la época de que se hable), la calidad moral del ser humano parece ser ahora la misma que hace mil años y desde siempre.